"The Stranger" ha sido un episodio interesante, pero que prometía más de lo que nos ha dado. Podría haber sido una excelente introducción al desenlace, pero de eso hemos visto más bien poco. Las tramas, que tan sólidas se antojaban al comienzo de esta temporada, empiezan a caer por su propio peso, o por su fragilidad -¡quién sabe!- y la peor noticia, que ha caído como un jarro de agua fría, es que habrá un nuevo parón de dos semanas hasta el estreno de "Blood Giant", previsto el 9 de septiembre. Si la séptima entrega empieza a ser desesperante no es sólo por el alargamiento de la emisión, sino también porque a medida que se suceden los capítulos, cada vez se reducen más las expectativas de los televidentes al comprobar que sigue haciéndose de rogar la convergencia entre Sanctum y Bardo y que muchos de los protagonistas no están interviniendo en absoluto para resolver los problemas que se les presentan. Todo se resume en un continuo statu quo únicamente interrumpido por pequeños giros y sorpresas justo en los instantes previos al cierre de créditos. Pero si algo molesta, o mejor, decepciona, es la actitud que muestran algunos personajes, muy motivados al principio y ahora completamente faltos de agallas para enfrentarse a situaciones que no son para nada novedosas en el universo de Los 100, circunstancias que ya han vivido y para las que ya deberían estar de sobra preparados. Eso, por no mencionar la muerte absurda de algunos de los que en episodios anteriores parecía que iban a dar verdadera "guerra", personajes secundarios que parecían haber reclamado para sí las storylines de los más carismáticos, como Nelson Sachin, el abanderado de los Hijos de Gabriel.
Da gusto ver el nuevo look de Sheidheda, porque cualquiera diría que le hace más mítico y aterrador al Comandante Oscuro ese corte de pelo punk y ese parche en el ojo, cual pirata, que los lustrosos brillos y transparencias de las prendas que solía vestir cuando era Russell Prime. El dios transformado en demonio que, para más asustar todavía, disfruta ahora de un trono de calaveras, muy apropiado para una ciudad que de santa ha perdido todo menos el nombre, y a la que habría que rebautizar con el apelativo de "Infernum", teniendo en cuenta la bomba de relojería que cobija en su seno.
Pero no basta con ser malo, también hay que parecerlo, y los villanos más perversos son también los más inteligentes, no sólo los que arrebatan vidas por el placer de salpicarse con sangre, y Sheidheda, que tanto presume de estrategia en el ajedrez, ni siquiera se plantea matar a sus principales adversarios cuando los tiene delante. No es que hubiese preferido que Murphy y Emori hubieran caído como moscas de un disparo en la frente, sino que al menos su decisión hubiera significado una rebelión, una lucha, un cambio de opinión incluso para los Hijos de Gabriel, cuya muerte es la más absurda. Sheidheda los libera cuando su postura es clara ante el resto de los allí presentes: arrodillarse o morir. Y lo más lamentable es que, tras dejarlos ir, ordena buscarlos, apresarlos y ejecutarlos por constituir una amenaza, mientras ellos, Murphy y Emori, se esconden en el taller y se dedican a sus juegos íntimos como si allí no hubiera pasado nada.
La actitud de Emori es irrisoria e incoherente. De repente la reina ha dejado de gobernar y lo único que hace es apoyar sarcásticamente a su rey, que ha pasado de rebelde a dirigente sin que sepamos en qué loca academia se ha graduado... Indra también es un aliado, aunque no muy poderoso, y por tanto un escollo en los planes de Sheidheda, de modo que no se comprende por qué aún la mantiene con vida, a sabiendas de que en cualquier momento buscará venganza. En este punto coincido con muchos en que lo apropiado habría sido dar a Indra una muerte digna en "A Little Sacrifice", luchando por Madi y muriendo, espada en mano, como la soldado que es.
En lo que respecta a Bardo, hay que decir que sobran conversaciones. La escena de Madi recluida con sus amigos en la sala del reactor es tan prescindible como la insípida dinámica entre dos personajes que no se conocen entre sí, como son Hope y Jordan. Los guionistas parecen pretender tender un puente entre ellos, un puente sin cimientos. Tienen cosas en común, sí, pero si Hope ya desconfiaba de los Discípulos incluso cuando pactó con ellos el intercambio de Diyoza por Octavia, no va a fiarse más de un desconocido con el que no ha compartido más que unas escasas horas en esa celda.
Los personajes más destacados, esto es, Clarke, Octavia, Bellamy y Echo, son los que carecen de énfasis. Uno habría esperado algo más de Clarke y Octavia, porque obviamente la primera no ve a la segunda desde hace mucho, y desde luego se nota a la legua que Octavia ya no es Blodreina. Ese encuentro entre los tres, que dura breves momentos, es emotivo, pero no lo suficiente, lo mismo que la tortura de Clarke en M-Cap. No sabemos qué han averiguado exactamente y los planes de Cadogan son tan vacilantes como la fe de Bellamy en salvarlos a todos. El objetivo es recuperar la Llama, que debería estar enterrada en Sanctum, y trasladarla a Bardo para ser reparada, con Raven como rehén y garantía de éxito por parte de Clarke, que finalmente tiene una misión por delante, lo cual es mucho más de lo que podemos decir de Octavia, un personaje caracterizado por su inconformismo y su espíritu de iniciativa y que, desde hace ya varios capítulos, se ha quedado en punto muerto. Después, ella y sus compañeros son enviados a saber a qué planeta (¿Penitencia tal vez?), apareciendo de repente Clarke en la sala del trono de Sheidheda, una secuencia totalmente desconcertante porque, en menos que canta un gallo, los secuaces de Sheidheda traen la Piedra del campamento de Gabriel como si su tienda de campaña estuviera a medio kilómetro cuando a Gabriel, Octavia y Diyoza les llevó días llegar hasta allí en la temporada 6. Para más colmo, la Piedra funciona, cuando debería estar inactiva, ya que fue desactivada por el Discípulo que se llevó a Gaia, a la que, por cierto, ya ni se la espera.
En resumida cuentas, da la impresión de que los guionistas se han dejado llevar más por la conveniencia que por la propia lógica del guión, una lógica que, hoy por hoy, dificulta la tarea de cerrar todas las tramas en apenas cuatro episodios. No quiero decir con esto que el episodio desmerezca en todos los aspectos. Ha habido escenas conmovedoras, pero se echa en falta más acción, un plan por parte de Octavia, Jordan o Raven, entre otros, para acabar con el ambicioso y utópico sueño de Bill Cadogan.
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Philosophic Dragon