El final de Los 100 es una moraleja sobre la amistad, el amor, el perdón, la superación y la supervivencia, una conclusión ciertamente convencional para una serie tan original y política como esta del canal The CW. Nuestros personajes rechazan la supervivencia como modo de vida y reivindican aquello por lo que siempre habían estado luchando, esos valores humanos que acaban dando sentido al paso por la vida. Nuestras vidas carecen de rumbo fijo; el destino, la parada donde nos apeamos del tren, es sólo una cuestión de hermenéutica. Así, Murphy, Raven y Jackson se desviven tratando de reanimar a Emori, que precisa de una transfusión sanguínea. Sin embargo, pese a sus desvelos, Frikdreina muere, y Murphy decide extraerle su chip para implantárselo y compartir unos últimos instantes de felicidad junto a ella en su propio espacio mental antes de que el sol del vasto desierto imaginario en que se encuentran ceda paso a la oscuridad eterna. John prefiere una muerte en el calor de la felicidad que una vida llena de dolor por su ausencia, y no es el único que piensa así, pues igualmente Octavia interviene en la batalla final para evitar que Levitt sufra más daño, con los riesgos que ello ya de por sí comportaba.
Nuestros amigos llegan al extremo de preferir la muerte como solución a un porvenir de catástrofe tras catástrofe. Y es que, cuando se convive con la muerte, cuando sientes su aliento al acostarte, y el filo de su guadaña sobre tu nuca al despertarte, es difícil ignorarla. Clarke, Octavia, Murphy, Raven y sus amigos han pasado años viviendo en su compañía, de tal forma que lo más doloroso para ellos no era tanto marcharse de este mundo cuanto permanecer en él observando cómo quienes les rodeaban iban sucumbiendo a cada nueva guerra. La felicidad ha sido un estado de ánimo intangible para ellos y, la libertad, un anhelo onírico en el clamor del infierno.
La narrativa de Clarke funciona de otra manera, convirtiendo a la heroína por antonomasia de Los 100 es una asesina falta de escrúpulos. Ella, escoltada por Octavia y Levitt, también ha tomado una determinación: la venganza. A su paso por la fortaleza, arremete sin piedad contra todos los Discípulos que osan interponerse entre ella y Cadogan, y cuando finalmente le da alcance y se introduce en el destello de la Piedra, aprieta el gatillo hasta quedarse sin munición, de tal forma que ella se convierte en la elegida para superar la Prueba de los Seres de Luz, fracasando antes incluso de comenzar porque es la primera de entre todas las razas que limita el derecho de un individuo a representar a su especie.
En este punto de la trama hay que subrayar varias cosas: la primera, el regreso de dos personajes muy queridos de la serie, como son Lexa y Abby (Alycia Debnam-Carey y Paige Turco, respectivamente) -que en realidad no son ellas sino los Jueces de Luz de la Última Prueba- cuando se rumoreó su posible cameo hace ya meses para algún episodio en concreto, y las reminiscencias de las que se ha nutrido este impactante episodio.
La conversación que entablan los seres de Luz, Clarke y Raven es idéntica al encuentro que se produce entre una representante de la humanidad y unos extraterrestres en la película Contact, en la que la investigadora interpretada por Jodie Foster dialoga con un alienígena que adopta la forma de su padre muerto, un científico consagrado a estudiar las señales procedentes del espacio exterior en busca de indicios de vida inteligente. En la película en cuestión, la protagonista capta un extraño código que resultan ser los planos de construcción de un gigantesco artefacto con una esfera central en la que debe introducirse una persona. Cuando el experimento se ejecuta al final del largometraje, contacta con esa raza superior que, lamentablemente, no les desvela ni su ubicación ni su origen. No consideran que la raza humana esté actualmente preparada para establecer contacto con otras civilizaciones, pero el extraño ente le transmite ciertas esperanzas, en el sentido de que hoy han dado un paso importante, y algún día darán otro en la buena dirección.
El experimento en sí puede considerarse un fracaso y se repite la misma situación que con Clarke, cuya rapidez como pistolera sólo es equiparable a la del personaje de Dolores Abernathy en la tercera temporada de Westworld. The 100 no duda a la hora de utilizar como plantilla otros elementos exitosos de la sci-fi pero eso no resta originalidad a la propuesta de cierre de esta gran aventura, brillantemente interpretada y perfectamente musicalizada para convertir un simple episodio en una producción digna de una sala de cine 3D si le sumamos los cuarenta minutos del episodio anterior, que funcionan como una primera parte.
Aparte de la impecable factura técnica, otro punto a favor es la distribución equitativa del metraje entre los personajes principales, de forma que todos ellos tienen su momento, un detalle que se ha echado bastante en falta al comienzo de la temporada. Raven regresa a Sanctum y después a la Tierra para trazar un plan junto con Jordan, Indra, Echo, Miller y Hope. Una distracción para impedir el desarrollo de la guerra entre el ejército liderado por Sheidheda y las tropas bardonianas gracias al apoyo de Nikki y los últimos prisioneros de Eligius.
En ese preciso instante, Octavia y Levitt comparten un momento de intimidad, hasta que son sorprendidos por Echo y Raven, que les informan del plan que llevarán a cabo. La científica se dirige poco después a la sala de la Piedra a comprobar cómo le ha ido a Clarke y, tras percatarse de las malas noticias, decide adentrarse ella misma para convencer a los Seres de Luz, que en su caso adoptan la forma de Abby. Desde esa dimensión alternativa, observan cómo se desarrolla todo en el campo de batalla: Sheidheda ha abierto fuego y prepara a Sangedakru para el ataque, ocasionando un fuego cruzado que no estaba previsto y que impulsa a Levitt a detenerlo ante la atónita mirada de Octavia, que luce ahora sus antiguas pinturas de guerra del cónclave como Skairipa. Levitt y Echo resultan gravemente heridos, Sheidheda explota en una nube de sangre negra por un cañonazo de Indra y mientras Hope y Jordan mantienen a las dos víctimas con vida, Octavia vive su momento de gloria y detiene la batalla gracias a un discurso de unidad en el que anima a todos a deponer las armas, a abrazarse como un único clan, el clan de la raza humana.
De esta forma, Octavia y Raven se erigen como verdaderas heroínas de Los 100 en contraposición a Clarke que, tras comprobar cómo todo su pueblo trasciende y se transforma en energía lumínica, debe aceptar la idea de pasar el resto de su existencia sola como la única humana del universo, pagando así con el precio de su soledad las atrocidades que ha cometido en nombre de su gente y de su amor egoísta, junto a la perra Picasso. Y este final, que podría haber constituido la penitencia de Wanheda -no olvidemos que por algo Clarke es la Comandante de la Muerte-, y que habría deshecho en lágrimas a los seguidores de su intérprete, Eliza Taylor, da un giro inesperado cuando la Juez Lexa aparece de nuevo para comunicarle que no está sola y que jamás se habría figurado lo interesante que puede llegar a ser la raza humana, la única que se niega por unanimidad a trascender. Aquí llega el plot twist. Clarke escucha unas voces que le resultan familiares a orillas del lago: allí están todos, Octavia, Levitt, Murphy, Raven, Echo, Jordan, Hope, Jackson, Miller, Indra, Emori, Gaia y Nyilah, reunidos en torno a una hoguera, asando salmones. Ninguno de ellos deseaba permanecer en ese nuevo universo infinito y abandonar a Clarke, de modo que el precio por su amor y su amistad será la no descendencia. No podrán tener hijos pero, a cambio, sí podrán disfrutar de la paz sin precedentes y de la vida idílica con que todos ellos alguna vez habían soñado.
El episodio está dotado de una gran belleza, tanto en su cinematografía como en las ambientaciones, con juegos de luz y color realmente memorables y acordes a las escenas en que se circunscriben, otorgando a todos los personajes momentos emblemáticos, algunos cargados de nostalgia. La banda sonora está bien posicionada y cumple con su objetivo. Cada uno de los protagonistas ha tenido su momento en el episodio.
Murphy y Emori han compartido una preciosa escena romántica; Jackson y Miller se han abrazado; Raven ha perseverado con los Seres de Luz igual que lo hizo con ALIE y su tenacidad ha sido clave en la salvación de la raza humana; el descubrimiento de Jordan era acertado, y se trataba de una prueba, no una guerra; Octavia ha sido quizás el personaje más destacado del episodio, junto a Raven, porque se ha convertido de nuevo en la heroína de la serie. Clarke curiosamente ha hecho lo que mejor sabía hacer: sacrificarse por los suyos a costa de su felicidad. Los personajes han estado, una vez más, a la altura de las circunstancias, y debemos enorgullecernos por ello.En ese sentido, se aprecia una cierta coherencia general. El guión de este episodio es el más coherente con las tramas de sus protagonistas, tras los vaivenes que habían experimentado los cinco episodios anteriores.
Como aspectos negativos, señalar que la trascendencia mantiene escasa relación con el resto de la serie y que ha sido un elemento metido con calzador, ya que la serie en momento alguno ha derivado hacia hacia connotaciones espirituales o metafísicas. La conclusión de torna por este motivo un tanto inverosímil.
La ideología de los seres de Luz no está exenta de errores, pues se dedican a aniquilar especies enteras que no están a la altura de sus ideales, como expone Clarke, lo cual es a su vez un crimen como los que ella ha perpetrado. Aunque se desconoce por qué lo hacen, una respuesta a ello sería el hecho de considerarlos peligrosos para otras civilizaciones que están aún por trascender.
Se ha echado de menos igualmente más metraje para desarrollar un poco más algunas escenas que los escritores han obviado, como Raven convenciendo a los prisioneros de Eligius que se unan a ellos; el mundo que habitan los trascendidos, Octavia y compañía en ese universo cambiando de idea para volver con Clarke o el reencuentro entre todos ellos en el lago, con algunas palabras de despedida. De ahí que se agradezca el contenido BTS adicional que los actores han divulgado estos días.
Se trata de un final bastante cerrado, de carácter reflexivo y filosófico. Es poético y, sobre todo, metafísico. Posee múltiples lecturas y abre el pensamiento a distintas interpretaciones. Además podemos extraer muchas lecciones de él, de la serie en su conjunto, especialmente en el contexto de apocalipsis vírico que estamos viviendo este año -salud versus libertad/derechos fundamentales, el bienestar individual supeditado al de la sociedad, la ciencia frente a las creencias, la supervivencia del ser humano con las menores pérdidas posibles, sacrificios individuales... ¿no nos suena de algo? ¿dónde habremos visto eso antes?-. Lo bueno de este cierre es que ha permitido a los guionistas cerrar todas las tramas de forma absolutamente resolutiva, porque sería complicado realizar una secuela. En cualquier caso, es algo que nunca se sabe, ya que series de éxito como Prison Break o Vis á Vis han sido reflotadas tras ser dadas por finalizadas oficialmente, con varios años de diferencia entre sus últimas temporadas y sus tandas de episodios de continuación, en algunos casos debido a que las cadenas responsables de su producción no alcanzaban cuotas de audiencia rentables mediante sus propuestas actuales. Siempre hay hueco para la esperanza.
Es un final que funciona bien dentro de la temporada, pero como parte negativa hay que subrayar el hecho de que no encaja demasiado bien con el espíritu de la serie. ¿Por qué? Porque la serie ha sido sobre todo de supervivencia, de luchar por ganarse el sustento y el derecho a la vida. Durante toda ella hemos visto a grupos de supervivientes lidiar entre sí por sus ideas, sin darse cuenta de que lo que nos hermana es mucho más que lo que nos separa: somos una única especie, con el inconveniente de llevar escrito en nuestro ADN la violencia y el egoísmo, pero, al mismo tiempo, con la ventaja que suponen la autoconsciencia (nos damos cuenta de que nos damos cuenta) y el pensamiento racional, que nos permiten analizar situaciones y extraer conclusiones, con muchos fines, siendo uno de ellos el progreso, e incluso el enriquecimiento personal.
Bajo todo esto subyacen dos ideas: la del progreso material y la del espiritual, o metafísico. En este caso, lo uno no lleva necesariamente a lo otro, pero sí que se intuye una especie de conexión, siendo superior el enriquecimiento del alma y no tanto la glorificación del cuerpo, una idea que ya estaba presente entre algunas corrientes de pensamiento grecorromanas de la Antigüedad. Nuestros héroes han transitado precisamente por todo ese camino lleno de escombros que es la senda de la superación individual, de la inmanencia a la trascendencia, equivocándose y cometiendo para ello muchos errores. Todo ello les ha ocasionado un dolor indescriptible, pero también, gracias a ello, a que han tropezado tantas veces sobre la misma piedra, no sólo han crecido como personas y han madurado biológicamente, sino que ese viaje les ha enseñado qué es lo verdaderamente importante.
La supervivencia no es lo único que importa, y aquí la serie ha homenajeado a dos personajes muy queridos que, por desgracia, no pudieron trascender: Jasper y Gabriel. Jasper, el mejor amigo de Monty, que murió durante el segundo Praimfaya -temporada 4- no quería unirse a sus compañeros y continuar viviendo una existencia salpicada de enfrentamientos y muerte. El amor es el sentimiento más poderoso en el ser humano, y el que lo motiva a cometer desde los actos más puros a los más atroces. Clarke es un buen ejemplo, ya que su amor por quienes le importan le ha hecho responsabilizarse de las decisiones de otras personas, lo que convierte ese amor en egoísmo. En cuanto a Jasper, él ya lo había perdido a causa del genocidio de Monte Weather por Clarke, que se llevó la vida de su amada Maya. La vida se convierte así en el concepto más trascendente de la serie, opuesto a la vaga supervivencia, propia del tribalismo primitivo y de especies animales no racionales.
Pero ¿cómo es posible vivir en armonía si constantemente luchamos entre nosotros por imponer nuestro ego frente a los demás, si como seres sociales que somos, nuestras diferencias nos impiden vivir en sociedad de acuerdo a nuestra naturaleza? ¿qué ocurre cuando nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos? Ya lo decía Hobbes, "el hombre es un lobo para el hombre". Por eso Jasper prefería la muerte a la supervivencia, porque sabía que, por mucho que sus amigos pensasen que algún día las luchas terminarían, él estaba convencido de que no, de que lo que ha pasado, está condenado a ocurrir, infinitas veces hasta que por autoconsciencia alguien active la palanca para detenerlo. En este punto, Los 100 recuerda un poco a otra serie de éxito de Netflix, Dark, que trata sobre los viajes en el tiempo y la necesidad de unos determinados personajes de cambiar ciertos acontecimientos que han sido a la vez causa y consecuencia, que se repiten sin fin, en un bucle eterno, en seno de un relato en el que nadie es dueño de su propio destino. La diferencia es que al menos Los 100 tenían en sus manos el futuro de la Humanidad y sí podían alterar el flujo de su devenir.
Los 100 le ha dado la razón a Jasper, y también a Gabriel, porque éste último valoraba la muerte como un fenómeno que nos hace disfrutar de la vida, que le otorga un significado a nuestra existencia, y si Octavia, Raven, Murphy y compañía no han deseado trascender es precisamente por esa razón, además de porque sabían que Clarke no merecía esa soledad después de haberse sacrificado por ellos tantas veces. Al final, sus amigos le devuelven el favor, a costa de su esfuerzo, por supuesto. Y no sólo Jasper: muchos otros personajes también albergaron esperanzas de que la raza humana cambiara, como Monty y Harper, que localizaron un nuevo planeta donde poder empezar desde cero, "doing better". También Bellamy, que creía en el amor y en la armonía social, y que falleció a causa del partidismo político y la lucha entre ideologías opuestas. La serie ha terminado concediéndoles la razón y nuestros protagonistas se han rendido ante la evidencia. Como reconoció Octavia, "Bellamy tenía razón".
Aunque al episodio le han faltado minutos y escenas para explicar lo sucedido, si algo nos ha aclarado es que quienes trascienden pasan a otro plano de existencia, un plano no material, donde no hay muerte, necesidad, dolor... los beneficiados se transforman en energía -la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma- y sus conciencias se convierten en un ente infinito. La tecnología de las Piedras comparte similitudes con la Ciudad de Luz creada por ALIE. Las Piedras no constituyen sólo portales físicos entre planetas, sino también umbrales de acceso a universos alternativos que no se rigen por las leyes de la física. Espacios infinitos donde las conciencias viven en paz y armonía para siempre, sin dolor ni sufrimiento.
Nuestra idea más aproximada a estos seres es la de un dios. Sí, se convierten en dioses, y toda esta metafísica constituye además un paralelo metafórico de ALIE y la Ciudad de Luz -Dios nos creó a su imagen y semejanza y la civilización que construyó las Piedras, tecnológicamente superior a la humana, es la que nosotros en Los 100 hemos imitado: la Ciudad de Luz cumple la misma función que las Piedras, a.k.a. Esferas Espaciales (porque crean un espacio o abren la puerta a otra dimensión). Usualmente servían para viajar entre planetas, pero también crean una especie de realidad virtual que mantiene a salvo las conciencias de los individuos)- .
Vivir para siempre es tentador, pero ¿qué sentido tiene esto si ya no hay metas? Como comenté hace días, si alcanzamos un último peldaño evolutivo, nuestra forma de vida dejaría de tener significado... nadaríamos en un vacío, un vacío que, paradójicamente, es preferible para la mayoría de las especies que los Seres de Luz han conocido, incluso para buena parte de los últimos humanos, pero no satisface a todo el mundo. ¿Acaso una existencia así no nos expondría al conformismo y nos cosificaría más de los que nos idealizaría? ¿no supondría más un retroceso que un paso hacia adelante? ¿acaso la búsqueda del significado de nuestra existencia no es el más grande misterio del universo y su senda el más bello de los paisajes que el ser humano pueda contemplar? Me reafirmo en mis pensamientos cuando sostengo que lo importante de esta serie no es su final, sino el camino que hemos recorrido hasta llegar aquí.
La perfección en sí misma es tan imperfecta como la de las mentes que han concebido tal idea. Los 100 es un reflejo de la condición humana, del propio espíritu de la humanidad, de cómo somos en realidad, y eso incluye también a los fans de esta serie, muchos de ellos tan devotos como para discutir entre sí por quiénes son los mejores del personajes del elenco o las mejores parejas/relaciones sentimentales (ships), y ello, pese a que los actores han insistido en alguna ocasión en que la serie no está orientada hacia esos temas. El amor puede manifestarse bajo muchos rostros, pero si algo nos enseña este último episodio es que no se puede jugar a ser dios sin serlo ni decidir el destino de otras personas en su lugar en nombre del amor que se les profesa, porque eso no es amor, es narcisismo, amor por uno mismo.
¿Quién eres tú, pecador, para juzgar a otro pecador? En estas diez líneas podríamos resumir el principal dilema al que se ha enfrentado el personaje de Clarke Griffin, el motivo por el que fracasa en la prueba antes siquiera de empezarla. No actúa por amor, sino por venganza, y la venganza y el odio solo engendran más venganza, más odio y más violencia, en una cadena de espiral infinita. Mata a Cadogan como castigo por sus crímenes, especialmente por haber dejado a Madi inválida para siempre. El amor no justifica arrebatar vidas sin derecho, sobre todo cuando no se es quien las ha dado, porque ninguna vida es más valiosa que otra. Todos somos iguales. Todos somos humanos. Clarke ha cometido genocidios en nombre del amor y de la amistad en múltiples circunstancias a lo largo de la serie, puesto que se consideraba la líder, con derecho a sacrificarse y a decidir en lugar de otros lo que creía que era mejor, pero la lección por aprender es que no se puede privar del libre albedrío a una raza que debe elegir lo que quiere, cuyo mayor privilegio como especie, cuyo rasgo más distintivo es ése: la autoconsciencia y la capacidad para elegir, que nos diferencia de otras criaturas, que a diferencia de nosotros actúan según su instinto. Por eso la trascendencia es, además de recompensa, elección.
Clarke se ha convertido con el transcurso de la serie en una heroína y en una villana al mismo tiempo, impulsada entre otras cosas por su sentido de la responsabilidad, pero ¿qué diferencia a un héroe de un malhechor? No habría una única respuesta a tal pregunta, y si la hubiera diría que todo depende de la perspectiva del sujeto que se la formule. Un héroe puede salvar a otros al precio de querer cortar muchas vidas, y lo convertiría en un villano que sólo lucha por su bando, que no busca el bien común, para otros. Pero así es el ser humano, que siempre vive desde dentro hacia afuera y para quien el ego siempre acaba anteponiéndose al bienestar de sus semejantes. El cerebro lo cataloga como "el otro" y se atribuye para sí lo bueno, mientras que lo malo lo achaca al resto. Y al final, como vemos, Clarke no es mejor persona que Cadogan, y todo se reduce a una cuestión de perspectiva.
Frente a Clarke, tendríamos a Octavia, que al contrario que ella, es una persona que ha intentado a lo largo de su vida entender las relaciones humanas siempre desde ángulos distantes, puesto que nunca supo quién era realmente. Clarke creía saberlo, ser consciente, pero siempre se obcecó con luchar exclusivamente para perpetuar el bienestar de su gente, sólo su familia y sus amigos, considerando que los Skaikru de El Arca eran una suerte de pueblo elegido, igual que los judíos. Ésa es quizá la consecuencia más desastrosa que acarrea atribuirse una cierta identidad especial, pensar que se es diferente del resto de quienes nos rodean. Clarke nunca se preguntó quién era ni quién quería ser, porque estaba convencida de saber la respuesta a esa pregunta, y hete aquí que se encontró con Bill Cadogan, otro hipotético -e hipócrita- mesías de la raza humana. Y es que, como afirmaba Marcus Kane, "siempre hay otra opción", pero la más difícil. Y buscar el entendimiento y la tolerancia no se cuentan precisamente entre las virtudes de liderazgo de Clarke. En cambio, sí las hallamos en Octavia, e incluso en Raven, en Murphy... en todos ellos, aunque en cada uno a su debido tiempo. Por eso ellos trascienden y Clarke no.
Ninguno de nosotros sabemos quiénes somos realmente ni qué papel jugamos en este colosal tablero de ajedrez que es la existencia humana. Los 100 sondea en esta mística apoteosis el misterio de la vida. Tendemos a pensar que hay un destino y que otros seres superiores guían nuestras decisiones, pero no hay otro hilo de porvenir más que el que nosotros mismos tejemos con nuestras manos, porque si fuéramos los avatares de un videojuego, lo cierto es que su creador sería el peor arquitecto posible de historias, de historias sin sentido, más bien. Es decisión nuestra elegir quiénes queremos ser y que ello otorgue un significado a nuestro paso por esta dimensión, que sólo es una de los muchos planos dimensionales del universo -o multiverso, quién sabe- que conocemos. En ese viaje, lo importante, al fin y al cabo, no es dónde ni es cuándo terminará -"it doesn't end here", "no acaba aquí", lema oficial de la temporada 7-, sino qué hemos aprendido y cómo utilizamos ese saber para beneficio de todos, porque es inútil conferirse privilegios. No es más sabio el que más sabe, sino el que más ignora. Y ése es el primer paso para comenzar con buen pie esta travesía. Nadie nos elige. Elegimos nosotros. Que nadie te prive de elegir tu camino. Que nadie elija por ti en aras de un ideal superior.
La serie cierra un círculo cuasi perfecto cuando dignifica y amplifica metafísicamente la frase que nuestros amigos recitan a quienes mueren, y que alcanza su máxima expresión cuando Clarke se reúne con Octavia, Levitt, Raven, Murphy, Jackson y los demás en la ribera del lago, en la Tierra, como los últimos supervivientes de una raza que, gracias a ellos, ha trascendido a un plano superior. A excepción de Clarke, nuestros amigos han superado la última prueba y son dignos de decidir cómo quieren vivir sus últimos días. Han preferido el amor y la paz a cualquier forma de trascendencia. Ya no habrá más muertes, ni más conflictos, porque "el dolor no se elimina, se supera", y eso también nos hace humanos. Como contrapartida, el Ser de Luz que adopta la forma de Lexa sentencia que ya no habrá descendencia, por lo tanto, no tendrán hijos, envejeciendo y muriendo, sin trascender después, lo que se antoja como una suerte de condena para los últimos delincuentes de El Arca. Han sobrevivido, y gracias a eso, ahora pueden empezar a vivir. Ya han cruzado a la otra orilla, y ¡quién sabe si una vida de sacrificio persiguiendo metas a veces inalcanzables no es mejor que una vida infinita sin propósitos ni rumbo fijo!
Por todas estas razones, y a pesar de las pésimas críticas al capítulo, considero que el final de Los 100 está en las antípodas de la absurda conclusión que arruinó la esencia de Game of Thrones en su día. Es inoportuno comparar ambos cuando Game of Thrones únicamente dignificó a uno de sus personajes más castigados por los devaneos políticos en torno al Trono de Hierro, Sansa Stark, nublando el corazón de Daennerys, la madre de dragones, hasta el punto de convertirla en la villana de los últimos episodios, sin medias tintas, olvidándose del viaje de Jon Nieve y de otro gran personaje de la serie, Tyrion Lannister. Pero si hay una gota que colmó el vaso de esta mítica serie fantástica fue sin duda la destrucción de aquello por lo que todos los personajes habían pugnado desde el comienzo, el trono de Poniente, algo que terminó quebrando todo el significado que pudo haber adquirido el periplo emprendido por sus protagonistas. Al menos, The 100, aunque se haya precipitado en la última mitad de la temporada, no ha acabado con el planeta Tierra convertido nuevamente en una bola radiactiva. Obviamente, no es el mejor final para la serie. De hecho, no lo sería, por mejor decir, en circunstancias normales, pero el descanso de Bob Morley obligó a reestructurar el guión al completo. Por lo tanto, podemos decir que este cierre tan épico sí que ha sido el mejor dada la situación que se ha dado.
Los últimos de los 100 han dejado atrás la supervivencia y los enfrentamientos, guiados por el amor y la paz, hasta regresar a su cuna ancestral, la Tierra, hogar de sus sueños y de la nueva vida que anhelaban empezar cuando se embarcaron por primera vez en este viaje con la misión de recolonizar el planeta.
En paz, abandona esta orilla; que el amor te guíe a la próxima; que la calma ampare tus viajes, hasta tu travesía final a la tierra. Que volvamos a vernos (May We Meet Again)
OST del episodio:
"The One I love" (Scala & Kolacny Brothers, cover version):
https://www.youtube.com/watch?v=h0_d8_WSiR8&list=RDc-hYQ16jURg&index=2
"The One I love" (Original, R.E.M.):
https://www.youtube.com/watch?v=j7oQEPfe-O8
"Bad" (U2):
https://www.youtube.com/watch?v=c-hYQ16jURg&list=RDc-hYQ16jURg&index=1
"We're Going Home" (VANCE JOY):
https://www.youtube.com/watch?v=9SDuXum_PMA
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Philosophic Dragon